Querido blog: Quisiera que los encuentros balompédicos hablasen como en 1928 del coraje de superarse, de no defraudar, como se puede encontrar el héroe de una epopeya en una tarde verdi-gris cantábrica.
La final de una Copa necesitó entonces de hasta tres encuentros y en el primero de ellos
Platko sufrió una herida en la cabeza durante la primera parte pero, haciendo un enorme esfuerzo y sin hacer caso de los consejos de los médicos, jugó la segunda. A pesar de todo y con la cabeza vendada, el húngaro hizo un partido excepcional y su leyenda creció a partir de entonces.No importa en que equipo jugase, en este caso ni quién ganase, no me importa para imaginar aquella tarde 76 años después en esta tarde en la que no entiendo ni sé apenas nada de futbol, pero consigo emocionarme .
Alberti supo escribirlo en unos versos.

PLATKO
Rafael Alberti
(Santander, 20 de mayo de 1928)
A José Samitier, capitán.
Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a tí saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote,
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie, nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin pluma, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por tí, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario el viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias,
las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!.
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?.
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
Rafael Alberti