
Son realmente inquietantes las calles estos días, por todo lado bolsas de plástico llevan a señores bigotudos de un lado a otro, envoltorios histriónicos que pasean a señoras de pelos cortados por el más fashion de los "eduardo-manos-tijeras". Como alguien me dijo hace poco "yo consigo abstraerme con facilidad y llego a no agobiarme aunque esté en mitad de un bar abarrotado de gente, incluso si es necesario yo escucho otra música que elige mi cabeza". Y algo así intento hacer estos días, y me ayudo pertrechada de música y libro. En realidad hoy meditaba sobre el hecho de que sólo existieran rebajas de libros, y no libros cualquiera, sino libros raritos de esos que se recomiendan a altas horas de la madrugada en programas de dudoso gusto estético en su decorado.
( nota: supongo que el funcionario que sacó la plaza de decorador de programas de la 2 tiene un cargo vitalicio y no hay manera de sacarlo de allí)
O libros que uno ha alcanzado como quien llega a una orilla después de un naufragio lleno de aventuras, saltando de libro en libro, o como aquel libro que leemos en la reseña de una revista o periódico, o aquel que nos recomendó él/ella frente a un café humeante cuando sólo queríamos flotar para siempre en el líquido denso del iris de su mirada.
Y así imaginaba como nos miraría el resto de la gente, aquellos nada interesados en este tipo de utensilios que a mí tanto me distraen, diciendo "fíjate que gente más frívola, venga que te compra libros que quizás tarden años en leer, qué derroche". Y me sonrío pensando que tengo varios libros amontonados en la mesilla de noche, esperando en vela ser leídos, mientras yo no doy a basto, pero sigo, sigo, sigo, buscando libros recomendados, persiguiendo otros sin saberlo, y sin poder reprimirme aunque los libros no estén en oferta ni tengan su "semana fantástica".

