
Estuve el resto de la tarde ideando como arreglar aquello, puse el libro bajo el peso de otros, lo manipulé como quien espera encontrar una trampilla secreta, y nada. Resignada al nuevo estadio de mi compañero volví a casa. Ya después de cenar y sentada al lado de un fueguito reconciliador con el mundo ( todos los grandes tratados se deberían discutir y firmar al lado del fuego, que calma y mece) y ante el asombro de mis manos ,el libro volvió poco a poco a su estado original, agradecido por la caricia rojiza que traspasaba el vidrio de la chimenea.