Ayer comencé el libro ,que fue un regalo ,"Viaje al fin de la noche" de Louis-Ferdinand Céline. Por protegerlo de los roces lo llevé todo el día entre las manos enguantadas cuando iba de un sitio a otro. Por la tarde me di cuenta que estaba acartonado, como henchido de humedad y de frío, aterido del tiempo a contratiempo, que no estamos preparados para estos fríos aquí que siempre el aire es benévolo y nos encontramos raros con gorros de lana.
Estuve el resto de la tarde ideando como arreglar aquello, puse el libro bajo el peso de otros, lo manipulé como quien espera encontrar una trampilla secreta, y nada. Resignada al nuevo estadio de mi compañero volví a casa. Ya después de cenar y sentada al lado de un fueguito reconciliador con el mundo ( todos los grandes tratados se deberían discutir y firmar al lado del fuego, que calma y mece) y ante el asombro de mis manos ,el libro volvió poco a poco a su estado original, agradecido por la caricia rojiza que traspasaba el vidrio de la chimenea.

