Mis días de diario sufren un rigor de relojes.Intento no repetir recorridos, posar mi mirada sobre cosas distintas...etc, pero se hace inevitable ajustar los tiempos a desayuno, trenes, autobuses...y a veces me parece que incluso me ajusto a los semáforos. No soy nada maniática pero cuanto menos tiempo pierdo de un lugar a otro mucho mejor, y suelo andar deseando llegar a casa y meterme en la madriguera luego de hacer mil cosas que si o no son vida fuera. Todo esto para decir que hoy casi pierdo el tren porque esta mañana me dí cuenta que había terminado mi lectura el día anterior, así que sabía que me pondría nerviosa si salía de casa sin nada que leer.La última vez que me pasó esto me vi obligada, porque no encontré nada a mano, a leer un diario de esos gratuitos y debo decir que estuvo tan flojito que me cabreó.
Así que tomé al bueno de Cesare Pavese y su "el bello verano". Una vez instalada en su lectura suspiré un momento para contemplar como el sol inundaba los naranjos y pensé en su vida, o pensé en la vida que se había quitado:
A LA MAÑANA SIGUIENTE
CESARE PAVESE *
NO PIDIO EL DESAYUNO
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quién llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-,
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
JUAN LUIS PANERO, Madrid.
de «LOS TRUCOS DE LA MUERTE», 1975
* El poeta Cesare Pavese se suicidó en Roma en 1950.