
La primera vez que vi al perro ladraba entusiasmado ante la aparición de aquel hombre cargado con paquetes, y el le sonreía y algo le decía, la música en los oídos forzó que en aquel momento yo imaginara el resto. Otro día se repitió la misma escena, pero el perro obediente ( y con cara yo creo de feliz) descansaba sentado cual efigie egipcia a la sombra del pequeño oasis que la calle tiene , colmado por la sombra de esos árboles gigantescos, y apenas se inmutó cuando pasé a su lado. Hoy los he vuelto a ver, esta vez juntos, conversaba el hombre con el perro, volvía de vacío después de haber abandonado en aquellas oficinas una serie de paquetes ( yo observé toda la escena desde el otro lado de la calle, disimulando la espera en el semáforo). Cuando terminó la charla le hizo un gesto y el perrillo se subió con él a la furgoneta. El vehículo, de una empresa de sobra conocida de envíos urgentes, enfiló la calle bajo un sol de justicia, ambos sonreían, en buena compañía.